martes, 24 de agosto de 2010

Con una sonrisa



El suave trinar de los pajarillos la despertó temprano esa mañana. Frunció las cejas, molesta, mientras se cubría los ojos con la almohada, impidiendo así que la luz del sol penetrase en sus pupilas. Pero los pajarillos seguían cantando. Cantaban y cantaban sin parar. Una suave melodía, alegre al principio, rápida a la mitad, triste y melancólica al final. Suspiró cansada, esa noche no había dormido prácticamente nada. Las pesadillas la asaltaban una y otra vez, como hacía años que no hacían. ¿Por qué ahora? ¿qué pasaba, se le había escapado algo? Dio la vuelta, remolona y bufó. Se estaba tan a gustito allí… y estaba tan cansada… aah… ¿por qué no-?

-¡Mamáaa! ¡Levanta! ¡Ya son las doce de la mañana! ¿qué haces tan perezosa? ¡es hora de ponerse en marcha!

Si se había quejado de la dulce melodía de los pajarillos, ahora se retractaba. Los gritos de su desconsiderada hija eran mucho peor. Desagradecida. ¿Que no sabía la de noches que no había podido dormir por su culpa? Que si dale el “bibe”, que si ahora tiene fiebre, que si ha tenido una pesadilla… así durante años y años, hasta que fue su hija quien ya no dormía por las noches. Y aún así, aún sabiendo lo pesado que era, se atrevía a despertarla tan alegremente… desconsiderada, desagradecida.

La hija entró con paso resuelto en la habitación y descorrió las cortinas. El sol de la mañana le dio directamente en los ojos y tuvo que cerrarlos de inmediato. ¿Estás loca? Le gritó. ¡Déjame dormir un poco más! La chica la miró con reprobación mientras la apuntaba con un plumero de esos de quitar el polvo. “No digas chorradas, mamá, te necesitamos. Sin ti no funcionamos, así que date prisa y levántate. En diez minutos te quiero en el comedor.” Y se fue. La mujer la miró aún con el ceño fruncido, pero esta vez una sutil sonrisa adornaba su envejecido rostro. “Déjame ser un poco niña aunque sea una vez” farfulló mientras se ponía en pie aún sonriendo.

Pero su hija no quería una niña a la que cuidar, quería una madre sabia con quien compartir aquellas noches en vela antaño solitarias. Y ella lo sabía, y le agradecía en silencio por ello. Frunciendo el ceño, refunfuñando por lo bajo, bufando exasperada, pero siempre, sutilmente, con una sonrisa.



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Un pequeño homenaje a esas abuelas que tanto nos quieren y a las que tanto queremos ;)
Muchísimas gracias a quienes me comentan, de verdad. Me anima a seguir escribiendo ^^

miércoles, 16 de junio de 2010

Aquella ciudad



Las farolas emitían una luz reflejada en las miles de diminutas gotitas que lloraba el cielo. A esas horas, el silencio inundaba como una neblina las ancestrales calles de la ciudad, y a lo lejos, las miles de lucecitas de los grandes edificios daban un toque de color a la noche.

El susurro del Sena cantaba su dulce nana a las solitarias almas que se habían aventurado a descubrir los misterios de una ciudad distinta. Distinta por la mañana, cuando los turistas, cámara en mano y llenos a rebosar de emoción, tomaban fotos de hasta los más ínfimos detalles. Distinta por la noche, en la que el silencio y la magia lo envolvían todo en un dulce abrazo. Distina para aquellos que viajaban solos y distinta para aquellos que lo hacían con sus seres queridos.

Distina para cada ojo, para cada oído y para cada pensamiento. Distinta cuando amanecía lluvioso, como hoy, distinta cuando el sol brillaba esplendoroso, como ayer.

La ciudad de las luces, la ciudad del misterio, la ciudad de las ciudades.

Una pareja caminaba de la mano al lado del río. Charlaban, reían, se querían. Se detuvieron un momento para darle unas monedas a un músico callejero que tocaba con pasión, sin apenas importarle que la funda de su guitarra estuviera medio llena, o medio vacía. Tocaba por vocación, porque le gustaba sentirse libre, porque quería a la música. La pareja siguió su camino y al poco se le acercó una familia. El padre jugaba con los dos niños a la pelota, mientras la madre y la hija mayor se hacían esas confidencias que sólo se le pueden hacer a una madre. Parecían felices, charlaban, reían, se querían.

La noche siguió su curso, la música continuó fluyendo. Cuando el astro rey ya despuntaba en el horizonte, el músico callejero acarició tiernamente su instrumento. No le importaba que la funda estuviera medio llena, o medio vacía. Amaba el sonido de su melodía fundiéndose con el del viento, amaba escuchar la respuesta del río a sus acordes, amaba las sonrisas agradecidas de aquellos que pasaban por su lado. Amaba su música, amaba su instrumento, amaba su ciudad.

Una ciudad distina; París, la ciudad del amor.




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Siento muchíiisimo no haber escrito en dos meses aún a pesar que dije que volvía!! lo siento tanto!! Pero he estado muy ocupada con los estudios y no tenía ni tiempo ni ánimos de escribir -.- Pero ahora ya he terminado, y espero poder recuperar todo este tiempo perdido. Esta mini-historia de hoy se la quiero dedicar a todos aquellos que me siguen leyendo, y en especial a Adolfo Payés y Adhanax Swan, que me comentaron en la entrada anterior. ¡Muchísimas gracias a ambos! ¡Vuestros comentarios me animaron mucho, gracias!

Sobre el cuento... bueno, mañana me voy a París de viaje de estudios, aunque ya fui el año pasado y me fascinó. Este cuento no ha sido sino una forma de plasmar mi amor por una ciudad mágica y fascinante, que dejó una profuna impresión en mí. 

¡Gracias a tod@s l@s que me habéis leído! Cuando vuelva del viaje (el lunes) intentaré ponerme al día con todos vuestro maravillosos blogs, ¡gracias!

martes, 6 de abril de 2010

La Sala del Piano



El sonido del piano inunda la sala y traspasa los ventanales cerrados. Afuera, el viento agita ferozmente la copa de los valientes pinos y el sonido de su grito asusta al más incauto de los animales.

Dentro, todo está en calma. El piano sigue sonando, las notas se cruzan, entrelazan, juguetean al son de una melodía al azar, improvisada, máxima expresión de la tristeza infinita que sacude al compositor. La angustia, el terror, el miedo se unen bajo un mismo pentagrama. Sus manos recorren tranquilas y resignadas el teclado, expresando su dolor, mezclando la nostalgia y los recuerdos, añorando un futuro que ya nunca será, lamentando el pasado que fue.

El piano sigue sonando, sus manos ahora son veloces, contundentes, furiosas. La melodía aumenta su intensidad, ahora el odio se transmite en cada sonido, en cada silencio. Odio a la injusticia de la vida, odio al egoísmo de un supuesto dios que se ha llevado su tesoro más preciado, odio a sí mismo por no poder odiarse.

El viento afuera parece solidarizarse con él. Las copas de los árboles se mueven peligrosamente, el grito se convierte en aullido, nadie osa salir de su hogar. Salvo una melodía furiosa, triste, nostálgica, improvisada, creada al azar.

El piano oculta sus sollozos, convierte sus gemidos en la más bella de las composiciones, sus maldiciones en preciosas armonías que bailan con el sol. El piano le olvida sus recuerdos, le transporta a su vida, a la vida. El piano suena consigo, el piano le canta una nana, os canta, te canta. El piano la trae de vuelta a su lado, el piano inmaculado que siempre sonaba. El piano, su piano, mi piano... tu piano.

Afuera, el viento ha terminado su tormenta. En la sala del piano, nunca acabará.



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He vuelto, y espero que para quedarme! Siento todos estos meses de desaparición... voy a intentar pasarme otra vez por todos los blogs que visitaba. Gracias a aquell@s que me han echado de menos!!


Espero que nos leamos pronto!