domingo, 23 de diciembre de 2012

El Día de Navidad



Regalos, regalos y más regalos. Y ninguno para él. Desde la sección de bricolaje observaba a las familias paseando alegremente por el inmenso centro comercial, a los niños saltar entusiasmados cuando veían un juguete que les gustaba, o los rostros pensativos de los padres que calculaban raudos el presupuesto disponible y distraían a los hijos con otro juguete si el anterior era demasiado caro. 

Bufó malhumorado. Qué estúpido día el de Navidad. ¿Acaso alguien recordaba qué se celebraba? Había escuchado a un niño contarle a su curiosa hermana pequeña la historia de Rudolf, el reno de la nariz roja, como explicación a ese día de cancioncitas martilleantes. ¿De verdad era necesario escuchar diez veces en una hora “Hacia belén va una burra”? ¡Al menos podrían haber tenido la decencia de intercalar varios discos y que no se repitiesen una y otra vez las mismas canciones! Pero eso no era todo, porque cuando llegara a casa, le estarían esperando a la puerta un tierno y entrañable grupo de niños y no tan niños que le desearían una feliz navidad con otra tanda de canciones igualmente tiernas y entrañables. Y con la nieve de fondo como colofón a la estampa ideal. 

Para colmo, la sección de bricolaje era de las más olvidadas esos días, y él se aburría sobremanera. Nadie regalaba unas tijeras de podar como regalo de Navidad, eso era obvio, aunque no entendía el por qué. Más prácticas eran las tijeras que cualquiera de esas corbatas sosas y cutres que tanto se estaban vendiendo. ¡Algunas incluso entonaban algunos acordes navideños si se les apretaba un botoncito! Un horror. 

Sabe que en Navidad debe estar feliz, contento, entusiasmado, emocionado y nostálgico a partes iguales. Debe saludar con una sonrisa a gente que le ignora y a la cual ignora los restantes días del año, debe reír con más vigor del habitual y proclamar la magia de la Navidad a los cuatro vientos. Pero es que él ese día se ha despertado tarde y congelado, porque su querido perro Pungo le había robado la manta mientras dormía. No había tenido tiempo de desayunar su imprescindible tazón de café ni de leer por encima su sección favorita del periódico –“Curiosidades curiosas”- . Además, había nevado esa noche y las cadenas del coche no estaban puestas, el motor estaba frío porque la noche anterior estaba demasiado cansado como para guardar el coche en el garaje y ahora no arrancaba y, encima, el dueño del único autobús que paraba en aquel barrio de extrarradio había decidido pasar esos días con sus hijos, a los que echaba de menos y cuyo rápido crecimiento se estaba perdiendo, así que le tocó correr durante tres manzanas bajo un frío que cortaba como un cuchillo hasta la siguiente parada de autobús, y cuando éste llegó, iba tan lleno que tuvo que esperar al siguiente, lo cual produjo irremediablemente que llegase media hora tarde al trabajo. 

Así, mientras unas chillonas vocecitas infantiles entonaban el “Campana sobre campana” tuvo que soportar la bronca de su superior, vestido de una especie de Papá Noel sin barba ni barriga pero con la nariz roja como la de Rudolf. Y como colofón a ese precioso día de vísperas de Navidad, su madre le había llamado para informarle, con gran entusiasmo, que se pasaría esa tarde para hacer las compras navideñas de toda la familia junto a él, que “ya se conocía el centro comercial”. 

Y el “Hacia Belén va una burra” sin dejar de sonar.


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¡Holaaa! Antes que nada, Feliz Navidad!! Aunque el protagonista del relato de hoy no parezca muy contento con ella xDD Este relato se aparta un poco del estilo de los que estoy acostumbrada a subir al blog, pero ya hacía tiempo que quería también subir otras cositas e ir variando estilos, y como gente a la que aprecio mucho me comentó lo mismo, creí que había llegado la hora de escribir algo un poco más ligero y gracioso.

Este relato me hace mucha gracia por el contraste entre la alegría y entusiasmo de todo el mundo y el malhumor del protagonista, que no ha tenido un buen día precisamente. Obviamente está todo exagerado para maximizar el efecto, pero aún así, hay cierto toque de realidad porque, ¿quién no ha tenido un mal día incluso en Navidad? ;)
Muchísimas gracias por pasaros, ¡hasta pronto! :)

domingo, 9 de diciembre de 2012

El aroma de la Navidad


La oscuridad de la noche hace horas que se ha cernido sobre el pequeño pueblo. En la calle, tan sólo el ululato ocasional de algún ave rompe el silencio sepulcral de ese día gris. De las chimeneas de las casas antiguas se desprende un aroma a leña quemada, a fuego de invierno, a historias de navidad mezcladas con tazas de humeante chocolate.

Desde una de esas casas con chimeneas antiguas, un rostro joven se asoma a la ventana. Las escasas luces de Navidad que han colgado ese año en las calles no atraen su atención, tampoco el enorme árbol navideño plantado en medio de la plaza. Ella se fija en las dos personas que andan de la mano por la calle. La niña dando saltos y hablando atropelladamente, la madre sonriendo condescendiente cargada de bolsas que más tarde traerán los Reyes Magos. No puede escucharlas, pero se imagina su conversación. La ilusión en las palabras de la hija, la inocencia con la que espera que la magia de la Navidad aparezca. Sonríe sin darse cuenta. Ella una vez también fue así, como casi todos los niños. Esperando impaciente la Navidad, chillando como loca al ver acercarse a los Reyes Magos, atragantándose con las pequeñas uvas que le habían preparado especialmente.

Ahora la Navidad es diferente. Ya no espera su magia, tampoco chilla con los Reyes Magos y las pequeñas uvas ya no son tan pequeñas. La Navidad ya no son luces, belenes ni árboles llenos de abalorios llamativos. Tampoco es inocencia, ni alegría desmedida, ni ilusión por su llegada. La Navidad ha cambiado con ella, con su historia, con su vida. Y, sin embargo, la Navidad sigue oliendo como siempre, como el frío del invierno y como la leña quemada. Como una tarde junto al fuego y como risas de madrugada.

La Navidad ha cambiado, su Navidad ha cambiado. Y, sin embargo, sigue oliendo a familia.

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Porque la Navidad, aunque no sea la de nuestra infancia, sigue siendo, para mí, sinónimo de familia. De la de verdad, la que quieres, la que está contigo, la que no necesita de grandes fiestas para reír junto a ti. La Navidad, ahora, sólo me recuerda que tengo una familia maravillosa, a la que agradezco por estar ahí.
Espero que todos encontréis un motivo bonito para celebrar la Navidad.
¡Muchas gracias por leerme y hasta pronto!