El sonido del piano inunda la sala y traspasa los ventanales cerrados. Afuera, el viento agita ferozmente la copa de los valientes pinos y el sonido de su grito asusta al más incauto de los animales.
Dentro, todo está en calma. El piano sigue sonando, las notas se cruzan, entrelazan, juguetean al son de una melodía al azar, improvisada, máxima expresión de la tristeza infinita que sacude al compositor. La angustia, el terror, el miedo se unen bajo un mismo pentagrama. Sus manos recorren tranquilas y resignadas el teclado, expresando su dolor, mezclando la nostalgia y los recuerdos, añorando un futuro que ya nunca será, lamentando el pasado que fue.
El piano sigue sonando, sus manos ahora son veloces, contundentes, furiosas. La melodía aumenta su intensidad, ahora el odio se transmite en cada sonido, en cada silencio. Odio a la injusticia de la vida, odio al egoísmo de un supuesto dios que se ha llevado su tesoro más preciado, odio a sí mismo por no poder odiarse.
El viento afuera parece solidarizarse con él. Las copas de los árboles se mueven peligrosamente, el grito se convierte en aullido, nadie osa salir de su hogar. Salvo una melodía furiosa, triste, nostálgica, improvisada, creada al azar.
El piano oculta sus sollozos, convierte sus gemidos en la más bella de las composiciones, sus maldiciones en preciosas armonías que bailan con el sol. El piano le olvida sus recuerdos, le transporta a su vida, a la vida. El piano suena consigo, el piano le canta una nana, os canta, te canta. El piano la trae de vuelta a su lado, el piano inmaculado que siempre sonaba. El piano, su piano, mi piano... tu piano.
Afuera, el viento ha terminado su tormenta. En la sala del piano, nunca acabará.
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He vuelto, y espero que para quedarme! Siento todos estos meses de desaparición... voy a intentar pasarme otra vez por todos los blogs que visitaba. Gracias a aquell@s que me han echado de menos!!
Espero que nos leamos pronto!