Suenan los primeros acordes. El silencio invade la sala y contiene la respiración. La dulce melodía anuncia el inicio de un recorrido por el pasado. Cierra los ojos, dejándose invadir por el sonido suave y a la vez decidido de los violines. A lo lejos, como en un sueño, el oboe empieza su parte, susurrándole al oído las palabras convertidas en notas musicales, besándole en los silencios, sonriéndole tímidamente en cada compás. Sonríe con él, mientras se deja guiar a través de esos primeros pentagramas de su historia.
Llegan los instrumentos de metal, con su fuerte sonido, sus intensos crescendos y el escenario cambia. Ahora ante sus ojos se presentan el desasosiego disfrazado de corcheas, los lloros camuflados en los pequeños cambios de ritmo, la tristeza como tema principal de esa amalgama de notas que parecen inconexas y que, sin embargo, para ella cobran todo el sentido. La dulzura del oboe y la flauta travesera se entrecruzan con la rudeza de las trompetas y trombones, y el saxofón, de fondo, escribe el borrador del siguiente capítulo de su libreto.
Sonríe cuando el tímido sonido del triángulo hace su aparición, y recuerda entonces aquellos primeros meses de nervios e ilusión, de expectativas, esperanzas, lloros infantiles a altas horas de la noche y canciones de cuna susurradas con voz adormilada. Y aparece así el tema principal de la obra, con la delicadeza de las flautas y el flautín conquistando cada rincón de la enorme sala, describiendo con alegría y dulzura el sonido de la felicidad.
De pronto, al unísono, aparecen la tristeza y la alegría, la dulzura, la ilusión, el desasosiego, el nerviosismo, las sonrisas, los lloros y las canciones de cuna. Al unísono se unen todos los días de sus vidas, todos los momentos olvidados y los inolvidables, los futuros y los que tal vez nunca fueron como los recuerdan. Al unísono se unen sus sonrisas, sus lágrimas, sus manos entrelazadas en la distancia, sus pensamientos, sus caricias y sus miradas.
Y entonces, el sonido desaparece, suspendido en un momento infinito, transportándoles a aquel instante eterno en el que sus miradas se entrecruzaron por primera vez y sus corazones quedaron ligados por un vínculo imperceptible, latiendo unidos, al unísono, como los violines y los oboes, como el saxofón y el contrabajo, como las flautas y la percusión bailan al compás de una obra todavía sin final.
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Por fin he terminado los exámenes y puedo volver a aparecer por aquí! Echaba de menos escribir. Este relato salió de la nada mientras escuchaba música, y de forma inconsciente me puse a pensar cómo se sentiría alguien a quien le han dedicado una composición... Sin embargo, ese sentimiento puede aplicarse a cualquier obra y cualquier persona, porque ¿quién no ha sentido que una determinada obra o canción estaba echa a su medida?
Con este relato, he tratado de relatar una historia de vida a través de la música que espero que hayáis podido apreciar y sobre todo disfrutar.
Muchas gracias por leer y millones de gracias a quienes me comentan!
Hasta pronto!