Las farolas emitían una luz reflejada en las miles de diminutas gotitas que lloraba el cielo. A esas horas, el silencio inundaba como una neblina las ancestrales calles de la ciudad, y a lo lejos, las miles de lucecitas de los grandes edificios daban un toque de color a la noche.
El susurro del Sena cantaba su dulce nana a las solitarias almas que se habían aventurado a descubrir los misterios de una ciudad distinta. Distinta por la mañana, cuando los turistas, cámara en mano y llenos a rebosar de emoción, tomaban fotos de hasta los más ínfimos detalles. Distinta por la noche, en la que el silencio y la magia lo envolvían todo en un dulce abrazo. Distina para aquellos que viajaban solos y distinta para aquellos que lo hacían con sus seres queridos.
Distina para cada ojo, para cada oído y para cada pensamiento. Distinta cuando amanecía lluvioso, como hoy, distinta cuando el sol brillaba esplendoroso, como ayer.
La ciudad de las luces, la ciudad del misterio, la ciudad de las ciudades.
Una pareja caminaba de la mano al lado del río. Charlaban, reían, se querían. Se detuvieron un momento para darle unas monedas a un músico callejero que tocaba con pasión, sin apenas importarle que la funda de su guitarra estuviera medio llena, o medio vacía. Tocaba por vocación, porque le gustaba sentirse libre, porque quería a la música. La pareja siguió su camino y al poco se le acercó una familia. El padre jugaba con los dos niños a la pelota, mientras la madre y la hija mayor se hacían esas confidencias que sólo se le pueden hacer a una madre. Parecían felices, charlaban, reían, se querían.
La noche siguió su curso, la música continuó fluyendo. Cuando el astro rey ya despuntaba en el horizonte, el músico callejero acarició tiernamente su instrumento. No le importaba que la funda estuviera medio llena, o medio vacía. Amaba el sonido de su melodía fundiéndose con el del viento, amaba escuchar la respuesta del río a sus acordes, amaba las sonrisas agradecidas de aquellos que pasaban por su lado. Amaba su música, amaba su instrumento, amaba su ciudad.
Una ciudad distina; París, la ciudad del amor.
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Siento muchíiisimo no haber escrito en dos meses aún a pesar que dije que volvía!! lo siento tanto!! Pero he estado muy ocupada con los estudios y no tenía ni tiempo ni ánimos de escribir -.- Pero ahora ya he terminado, y espero poder recuperar todo este tiempo perdido. Esta mini-historia de hoy se la quiero dedicar a todos aquellos que me siguen leyendo, y en especial a Adolfo Payés y Adhanax Swan, que me comentaron en la entrada anterior. ¡Muchísimas gracias a ambos! ¡Vuestros comentarios me animaron mucho, gracias!
Sobre el cuento... bueno, mañana me voy a París de viaje de estudios, aunque ya fui el año pasado y me fascinó. Este cuento no ha sido sino una forma de plasmar mi amor por una ciudad mágica y fascinante, que dejó una profuna impresión en mí.
¡Gracias a tod@s l@s que me habéis leído! Cuando vuelva del viaje (el lunes) intentaré ponerme al día con todos vuestro maravillosos blogs, ¡gracias!
precioso,nené. no recordaba que escribías en un blog y hacías algo útil con tu arte.
ResponderEliminartus descripciones son suaves, fluyen y tu retrato de la vida cotidiana de seres anónimos es franca. has conseguido fotografiar el rostro sincero de París
por cierto, deberías escribir más. y no me vale la excusa del tiempo. si de verdad no tienes, entonces escríbetelo!!!!!!
ResponderEliminarParís és màgica, com tu i les paraules que naixen de la font del pur sentiment.
ResponderEliminarTot un descobriment per a mi. Ja saps que no sóc molt destra en açò de les noves tecnologies, però per a seguir-te estic disposada a fer cursets accelerats.
B7s